ORGULLO
Nuestro amigo Adrián, un viejo compañero de trabajo que renunció hace años a la empresa y desde entonces colecciona estampas en su pasaporte, decidió hace algunos meses comenzar una dieta que le prohíbe consumir muchas de las cosas que antes disfrutábamos juntos.
Adrián ya no come chuletas, ahora le dice que no a la carne frita y ni de masa de coliflor pide la pizza. Ha reducido enormemente las harinas y ya no toma refrescos ni jugos. Si consume alcohol, siempre es whisky porque es el menos calórico.
Yo sigo metiéndole mano, muñeca, lengua y diente a todo lo que se pueda. Me gusta la comida y, aunque en porciones reducidas, como de todo y me restrinjo muy poco.
El jueves pasado, como de costumbre, tuvimos nuestro happy hour en un lugar de Santurce muy fresco y acogedor. Cuando la chica se acercó a nuestra mesa para tomar la orden, Adrián dijo que pediría por nosotros. Lo miré extrañada, pero le seguí el juego, y atendí una llamada mientras él ordenaba.
Al cabo de varios minutos entre chismes y chistes, llegó. “¿Todo eso es para ti?”, le pregunté visiblemente sorprendida. “Para los dos”, me contestó. “Entiendo que no estés a dieta y lo respeto, pero quiero que comas como si lo estuvieras”, me dijo. Llamé a la chica y ordené una can can picadita en trozos, unos tacos birria y una pizzeta meat lovers. “Matea, ¿qué haces? Yo estoy a dieta y no puedes consumir eso”, me gritó Adrián. Y así, queridas, se ven las personas que pretenden que otros vivan, sientan y amen como ellos viven, sienten y aman. Así actúan quienes pretenden imponer los dogmas de su religión a quienes no la profesan.
Así van por la vida algunos juzgando lo que otros hacen con su cuerpo, basándose únicamente en lo que ellos están o no dispuestos a hacer con los suyos.
Si el sexo se percibe a través de los sentidos, que son tan únicos en cada cuál y tan diversos como la humanidad misma, ¿por qué habría alguien de dedicar su tiempo y sus fuerzas a juzgar, a señalar, a condenar y a criminalizar a quienes lo viven, lo practican y lo sienten diferente?
Y si la identidad es intrínseca e inherentemente singular, tan de cada uno como de nadie más, ¿por qué querer que no lo sea? ¿Por qué? Mire que yo he leído y escuchado disparates en esta corta, pero muy intensa vida, pero nunca uno tanto como que la comunidad LGBTTIQ+ tiene una agenda para convertir a las personas en homosexuales y transgéneros.
Que yo recuerde, nunca he visto a una persona de esa comunidad repartiendo flyers o brochures que digan “Yo soy gay. A mí me funcionó. Pruébalo tú también”. Tampoco los he visto con tumbacocos por las calles “rescatando almas”. Y nunca, hasta el momento en que escribo esto, me ha tocado una mujer trans a la puerta para advertirme, o amenazarme, que si no me convierto en trans me voy a quemar en las pailas del infierno.
Y es que, que yo sepa, la comunidad LGBTTIQ+ no tiene un libro sagrado que les ordena a “ir por el mundo y predicar el elegebeteteísmo”.
Por eso, queridas mías, seamos y dejemos ser. No hay amor más grande que la libertad.
Matea
PRIDE
Our friend Adrián, an ex-co-worker, retired a few years ago and has been collecting passport stamps ever since. He decided, a few months ago, to start a diet that doesn’t allow him to eat many things we enjoyed together before.
He no longer eats pork chops; says no to fried meat and doesn’t eat pizza at all, not even the one on cauliflower crust. He has significantly reduced his intake of flour and doesn’t drink soft drinks or juices. If he’s going to drink alcohol, it’s always whisky because it’s the alcoholic beverage with the least caloric content.
I’m still tasting and munching on anything I can. I like food and, even though I try to eat reduced portions, I will eat everything with very little restrictions.
Last Thursday, as usual, we had our happy hour in a cool and cozy place in Santurce. When the waitress came to our table to take the order Adrián said he’d order for both of us. I gave him a surprised look, but decided to follow his game and took a call while he ordered.
We enjoyed our gossip and jokes, and after a few minutes, the food finally got there. “All this is for you?” I asked, visibly surprised. “For both of us,” he answered. “I understand you are not on a diet and I respect that, but I want you to eat as if you were,” he said. I called the waitress and ordered a “can can” pork chop, “birria” tacos and a meat lovers pizzetta. “Matea, what are you doing? I’m on a diet and I can’t eat any of that,” Adrian screamed. And that’s how, my dears, people that expect you to live, feel and love like them, live, feel and love themselves.
That’s how they act when the want to impose their religious dogmas on those who don’t share them. That’s how they go through life judging what others do with their body, based only on what they are or aren’t willing to do with theirs.
If sex is perceived through the senses, which are so unique and diverse as humanity itself, then why would someone invest their time and energy in judging, pointing at, condemning and criminalizing those who live, practice, and feel it differently?
And if gender identity is intrinsic and inherently singular, so unique for every person, why not want it to be? Why?
I have read and listened to a lot of nonsense in my short but intense life, but never anything as ridiculous as saying that the LGBTTIQ+ community has an agenda to convert people into homosexuals and transgenders.
As far as I can remember, I have never seen anyone from that community handing out flyers or brochures saying “I’m gay. It worked for me. You should try it.” Neither have I seen vans with loudspeakers (called “tumbacocos” in Puerto Rico) “rescuing souls”. And never, at least until today, has a trans woman knocked on my door with warnings or threats that if I don’t convert to trans, I’m going to burn in the flames of hell.
And I think the reason for that is that, as far as I know, the LGBTTIQ+ community doesn’t have a sacred book that orders them to “go out in the world and preach lgbttiqism”.
That’s why, my dears, we should live and let live. There is no greater love than freedom.
